EL DIA A DIA
En esta página voy intentar relatar el día a día de los habitantes del pueblo y que no haya echo mención en otras páginas.
Había varias tiendas de comestibles, y alguna de cosas para los más pequeñajos, en las cuales se compraba con dinero o a base de trueque. Venía también al pueblo, de vez en cuando, a la plaza Mayor el to Romualdo con su bicicleta, en la cual traía todo tipo de abalorios y productos de mercería que les cambiaba a las mujeres por pieles de conejo.
Aún nos acordamos de la tienda de Delfín y la ta Josefina. El ruido que hacia el guisocarro cuando subía de Calatayud con los encargos y compras, era inolvidable. La última tienda fue la de la María Ángeles y Ernesto.
Olvés, contaba con posadas para albergar el tránsito de personas que se desplazaban de un pueblo a otro, tratantes, compradores, vendedores, que traían todo tipo de género.
De vez en cuando venían los pobres y vagabundos que iban de pueblo en pueblo pidiendo comidas por las casas. Dormían por los pajares y cuevas abandonadas.
A veces, los romanceros también visitaban el pueblo, con un organillo recorrían las calles entonando sus romances. Venían unos húngaros con su cabra, el taburete y la pandereta.
Los comediantes realizaban sus actuaciones de circo, cine, teatro, etc., normalmente en la plaza del pueblo. Cada vecino llevaba su propia silla de casa para ver el espectáculo. Al final, pasaban la bandeja para sacar algún dinerillo.
Los cacharreros y los estañadores arreglaban los cacharros que las mujeres tenían en las cocinas. Los gitanos vendían canastos, cestos de mimbre, colchones, mantas, etc. Trataban con caballerías.
Recordamos también al afilador con su rueda de afilar acoplada a una bicicleta, recorría todo el pueblo cantando, el aflilador, se afilan cuchillos, navajas, tijeras. Era todo un arte.
El tiempo que hacía. Quien no ha comprobado en sus carnes el cierzo, ese airecillo. Cada año en el pueblo se dependía del clima para la supervivencia. A todas horas mirando al cielo. Antes caían grandes nevadas, que venían muy bien para el campo, pero que los hombres se tenían que quedar en casa o en el café porque no se podía salir. Se pasaba mucho frío. Las estufas de leña y la lumbre en los hogares de las casas no eran suficientes, el frío entraba por todos los lados. Por la noche para no tener frío en la cama se calentaba en las brasas de la lumbre un ladrillo y después en un trapo envuelto se metía en la cama para calentarla. Más tarde se utilizaron las bolsas de agua caliente.
El calor se toleraba mejor en las casas, pero en el campo era muy sufrido. Los vecinos se hidrataban bebiendo agua del botijo con un poco de anís.
El baile se organizaba los domingos por la tarde. Se hacía en una cochera que habia en la replazata del to mazo y que lo amenizaba la rondalla del pueblo. Se hacía también en casa del to zapatero, en casa de Roy, en el bar y en el estanco. Y ya con tocadiscos en el salón del to zapatero, en el antiguo horno situado en la calle Mayor y en alguna que otra cochera. Se cobraba entrada para paliar los gastos, alquiler, discos.
Los mozos iban al bar, luego a la bodega y después al baile. Las mozas a rezar el rosario, pasear por la carretera y al baile. Era la gran diversión conjunta de la juventud. El único momento de toda la semana que podían estar juntos. Las chicas formaban grupos. Sentadas o de pie esperaban que los chicos fueran a sacarlas a bailar. A veces bailaban estre ellas, mientras esperaban. Casi siempre se bailaba agarrado, pero manteniendo las distancias ya que las chicas formaban un muro con los brazos, el cual era muy dificil de atravesar. Cuando se bailaba, la conversación era muy escasa por parte de los chicos, las chicas eran más dicharacheras. Los únicos que se apretaban bien eran los novios. Cada pareja tenía su lugar en el salón de baile.
La parejas de novios antes de ir al baile se iban a festejar y a pasear por la carretera y después cada uno al sitio, nido o rincón que tenían, normalmente alrededor del pueblo, detrás de alguna rozalga, tapia, siempre en el resguardo.
Había algún que otro juego de juventud, las chapas o las caras. A veces había apuestas para ver quien era el más fuerte, como echar un pulso. Se jugaba a la pelota en el frontón de la plaza. Una de las actividades preferidas de las mozas era irse a merendar a parajes sombreados con agua corriente, casi siempre a San Roque, donde estaban todas juntas y se reian de todo.
Con los forasteros a veces había alguna que otra pelea. Ese, al pilón , se decía, pero la cosa no llegaba a más. Si algún forastero se echaba de novia a una del pueblo, tenía que pagar la manta cuando iba a entrar a casa de la chica por primera vez. Si no pagaba la manta, al pilón. Se hacían también entre los jóvenes alguna que otra broma.
Cuando los jóvenes, salian de juerga por la noche, y llevaban alguna copa de más, organizaban alguna que otra broma o trastada con lo que encontraban por el pueblo.
Alguna noche, los mozos salían a coger gorriones por la noche, y cuando tenían suficientes los cocinaban, normalmente fritos con ajillos y organizaban una merienda para comerselos en un local del pueblo que lo tenían como peña.
El estado ideal que todos los jóvenes querían alcanzar era el de alcanzar el matrimonio. A las chicas les decían que para vestir santos y los chicos quedaban un poco marginados.
La vida en los pueblos era muy dura. Los hombres se dedicaban a la vida agrícola y ganadera, mientras que las mujeres combinaban las tareas domésticas con la ayuda en el campo. Inviernos largos y fríos, veranos muy calurosos. El campo solo cubría las necesidades básicas. Mucho esfuerzo y pocos resultados. Toda la energía salía del trabajo animal y del esfuerzo físico, sin contar las horas invertidas en ir y volver al tajo. Las ropas que se utilizaban eran sencillas. Los domingos, día festivo, había que mudarse. Era una vida muy austera. En las temporadas de la remolacha azucarera que se iniciaba en noviembre, en Epila, en la de recolección de la fruta, de la siega, muchos salían como temporeros a ganarse el jornal a otras localidades. Hubo otros que emigraron a trabajar a Francia. Hasta la leña escaseaba, no había ni siquiera aliagas por el monte.
El barbero, era normalmente algún agricultor que lo compaginaba y que aprendía el oficio de barbero a barbero. La barbería se abría por la tarde. El to Plácido y el to Rosindo eran los barberos. Las mujeres para arreglarse el pelo tenían que bajar a Calatayud.
Cada término municipal estaba vigilado por un guarda de los campos, encargado de que todos respetasen, la propiedad privada así como la normativa que regulaba la actividad agropecuaria. En Olvés el guardia de casi toda la vida ha sido Agustín.
El cura, el maestro, el secretario del pueblo, el practicante, el médico y el juez eran las fuerzas vivas del pueblo. La Guardia Civil, ubicada en el pueblo próximo, Maluenda, se encargaba de velar por el buen orden público.
A las mujeres del pueblo habría que hacerles un monumento. Trabajaban en las faenas de la casa, cuidaban a los hijos y encima iban a ayudar al campo. También se encargaban de hacer el pan, normalmente para una semana, se amasaba y se llevaba al horno común. Había vecinas que tenían horno propio en sus casas, también elaboraban rosquillas, magdalenas y escaldadas. Lavar la ropa era otra carga pesada, se lavaba en el lavadero, de rodillas para lavar y de pie para aclarar. El vajillo se lavaba en casa usando como detergente la arena. Cocinaban sencillas y exquisitas comidas utilizando todos los recursos de alrededor, los productos del huerto y del corral.
Antes de empezar a comer era frecuente rezar un padrenuestro y un avemaría. Se colocaban en la mesa, los cubiertos, una fuente, la botija y el porrón. Dependiendo del menú, comían todos de la fuente. El pan era el alimento básico. Antes de empezar una barra, con el cuchillo se le hacía la señal de la cruz, si se caía al suelo, se besaba. Se solía desayunar leche con pan o con galletas. En el trabajo se almorzaba. A los pequeños se les preparaba una papilla con harina de trigo y leche. Muchas veces se cenaban sopas de ajo. Los gatos, realizaban las comidas también a la misma hora, se les echaba migas de pan, huesos, todos tenían un nombre. Se echaba en conserva tomates, frutas.
Los ancianos seguían trabajando hasta que no podían más, llegaban a la vejez baldaus. Se solía decir, mientras pueda ir el calcero, irán bien las uvas y los almendros. Las ancianas vestían de oscuro, con pañuelos en la cabeza. Cuando les llegaba la hora, el cura les daba la extremaunción. Las campanas tocaban a muerto. Al velatorio en casa del fallecido acudía todo el pueblo, así como al entierro. Los vecinos del pueblo se encargaban de hacer el agujero de la sepultura. El féretro se llevaba a hombros. Cuando se enterraba, se bajaba la caja sin cuerdas, unos se ponían arriba y otros se ponían abajo, pero una vez se cayó uno de arriba y le hizo una cuquera a otro de abajo. Desde entonces se bajaba con cuerda. Una vez enterrado, durante nueve noches seguidas, se rezaba el rosario en casa del fallecido. El luto oficial duraba tres años. Para las viudas que eran mayores duraba para siempre. Noviembre era el mes de las Animas. Para celebrar Todos los Santos, Los vecinos, se arreglaban y se ponían elegantes.
Las celebraciones de la Navidad eran muy sencillas. En la iglesia se adoraba al niño Jesús, era costumbre en esta adoración, así como en todas las demás que se desarrollaban durante todo el año, que primero pasasen los hombres, después los chicos de la escuela, y por último, las mujeres. En las casas se colocaba algún Belén con figuras de barro o simplemente el niño Jesús. En muchas casas se eleboraba artesanalmente el turrón con almendras. Los chicos pedían el aguinaldo pasando por todas las casas del pueblo. En los Santos Inocentes se gastaban bromas sencillas. A los camellos de los Reyes Magos se les reservaba en el balcón de la vivienda dentro de unas latas, agua, paja y cebada. Al día siguiente te levantaban las criaturas con la ilusión de algún regalo y te encontrabas con algo de dinero dentro de la cebada, que también venía bien.
El día de Jueves lardero, el jueves anterior al miércoles de ceniza, o sea que cada año dependía su día de la celebración de la Semana Santa. Jueves lardero, longaniza al puchero, ese es el dicho. Los zagales estaban tan contentos de que llegara ese día, el día del palmo. La fiesta consiste en merendar el bocadillo con el palmo de longaniza, por la tarde en cuadrilla, en un paraje acogedor con árboles y agua, cerca del pueblo, como podía ser la poza, las eras, los pinos o san roque. Los más pequeñajos salían al campo con sus Maestros y o con sus Madres, llevando la merienda en unas cestas de mimbre tapadas con un paño. Aparte de merendar, se aprovechaba la tarde para jugar entre madres e hijos o los chicos solos. Se pasaba una tarde bonita, entretenida, agradable y motivadora. Los mozos, mozas y gente mayor se comían el palmo en sus casas despues de venir de trabajar o se reunían en algún local o bodega y allí improvisaban un baile y una canciones.
La identificación personal de cada vecino del pueblo, lo era más por su mote que por su nombre, mote que iba pasando de generación en generación.
Como no se salía del pueblo, no conociamos nada, precisamento por eso eramos felices, no teniamos tanta ambición, había menos egoismo, todos nos consideramos casi como de la familia, y como tal nos prestábamos las cosas, nos ayudábamos unos a otros. Eramos más creyentes, no todos, pero manteniamos la fe y los valores que nos transmitían nuestros padres, en contraste con la gran inteligencia que ahora existe y el individualismo en que vivimos.
Como se hacía yeso en los hornillos. Se buscaba un sitio adecuado para construir el hornillo, excabando en una ladera del monte o junto a la era, de manera que había que intentar hacer un rectágulo que tuviera, si era posible, dos paredes de piedra. Se ponían las piedras de yeso en el interior del honillo empezando por las más grandes. En la parte de arriba se habría un hueco, hornacina, para introducir la leña y prenderle fuego y así cocerlas hasta que las piedras estubieran en condiciones para machacarlas. Después de uno o dos días de encendido, se sacaban las piedras, se extendían en la misma calle y con unas mazas a golpes se trituraban y a continuación se cribaban para hacer el polvo del yeso. Ya estaba disponible para trabajar en albañilería.