EL ARRIENDO DEL CÁNTARO

Los vinateros eran compradores de vino que se desplazaban por los pueblos a comprar el vino que los vecinos de Olvés elaboraban en las bodegas. Pagaban según el grado del vino, normalmente predominaba el tinto de 14 grados. Recorrían previamente todas las bodegas. Se vendía por su sabor, por su olor y por el buquet que desprendía. Para gustarlo, se le hacía un ranzuelo a la cuba en medio del círculo, perforando el grosor de la madera con una barrena. Después dicho orificio se tapaba con un trozo de madera ajustado.

Todos los años, el Ayuntamiento arrendaba el cántaro, el impuesto sobre el vino, en subasta pública. El ayuntamiento proporcionaba un cántaro oficial de 10 litros para medir. Quienes ganaban la puja se encargaban de sacar el vino de las bodegas particulares del pueblo, estos se llamaban los garrapiteros, un equipo formado normalmente por un medidor y tres o cuatro sacadores o sacabotos, tenían que ser personas fornidas y jóvenes. Era un trabajo muy duro, el subir las escaleras de las profundas bodegas cargados con los botos.

Cuando los compradores del vino iban al pueblo, se ponían en contacto con los garrapiteros y les indicaban en que bodegas almacenaban el tipo de vino solicitado. Una vez acordado el precio con el vendedor, los garrapiteros pasaban el vino de las bodegas al camión del comprador recibiendo una cantidad determinada por alquez, que son unos doce cántaros, 120 litros de vino. Este trabajo lo realizaban los garrapiteros con sus propios botos, cargados al hombro o a la espalda. Cada boto contenía unos 50 o 60 litros. Nadie podía vender vino por su cuenta. Conforme se iban llenando el cántaro con los botos, se cantaba en voz alta el número de cántaros y alqueces. El día de San Clemente, el 23 de noviembre, los garrapiteros se juntaban por su cuenta y se iban de fiesta.